jueves, 17 de mayo de 2012

Cálidas palabras


La tarde se venía abajo y cedía ese tono azulón al ambiente.
En la habitación de hospital no había por el momento otra luz que la que entraba por la ventana.
Éramos tres pacientes, cada una en su cama. Cada situación un mundo. Cada persona una historia.
En el camastro situado más al fondo, al lado del ventanal, reposaba una mujer de cierta edad afectada por una enfermedad que la amenazaba y de la que se desprendían dudas peligros y miedos. Su apoyo familiar era importante. El riesgo de su situación también.
Aunque a veces participaba en el contacto con ella y los suyos, parte del tiempo me convertía en una espectadora analítica. Contemplaba la situación sorprendiéndome de lo complejo de ésta y emocionándome con el amor que se desprendía de sus participantes. En especial uno de ellos, el hijo menor.
Las dos hijas mayores la querían, por supuesto. Sentían y sufrían; pero era al pequeño al que se le veía el desamparo escrito en el rostro.
Al anochecer se quedaba solo con ella en la habitación, tras la cortina que separaba las camas. Le cogía la mano bajo la luz del ocaso y dejaba transcurrir los minutos hablándole. No escuchaba lo que le decía. Oía música en mi discman preservando su intimidad. Lo único que recuerdo de algún pequeño instante, es el tono afligido de su voz, que escondía lágrimas. Siempre imaginé que lo que le explicaba eran detalles nimios del día a día. Un repaso aparentemente banal y cotidiano con mucho trasfondo soterrado.  Conjeturaba que ese era “su momento”, “su refugio”. El espacio en el que estaba tan cerca y a la vez tan lejos de lo que amaba. Percibía su dolor como inimaginablemente intenso. Cuando trataba de empatizar, en seguida debía disociarme de ello. Demasiado vivo, demasiado penetrante.
Años después he podido comprender más a través de una situación semejante.
Tras mi alta ella siguió allí.
Tenía su teléfono y no llamé.
Tenía mi teléfono y no llamó.
Nunca supe qué pasó.
Les deseo lo mejor.

miércoles, 25 de abril de 2012

Íntimos desconocidos 2

Su rostro no estaba exento del paso del tiempo, pero además añdía muchas otras marcas. Señales que reflejaban el drama en su tez.
Cuando llegamos ya se hallaba en el vagón.
Dormitando, levantaba y bajaba su cabeza apoyándose en la mano. No despegaba los ojos. Me daba la impresión de que no quería despertar. De que tal vez no tenía donde regresar y el metro era su único lugar confortable; cálido, cerrado y aunque tan solo transitoriamente, en compañía.

jueves, 5 de abril de 2012

Alicia y el conejo blanco

Alicia perseguía insistentemente al conejo blanco. ¿Qué era lo que la impelía a tal acción?, ¿sería la curiosidad de ser conocedora del porqué de un animal con reloj y chaqueta?, ¿querría saber el motivo de la prisa de éste?, ¿o tal vez meramente necesitaba algo que seguir?
Desde el instante en el que se cruza en su camino, se embauca en una persecución vehemente, sin tener en cuenta las consecuencias. Tan solo guiada por su anhelo y su deseo. Más adelante, bien adentrada en el bosque y bien adentrada en la locura, se lamenta de no saber volver a casa; repara en aquello en lo que no reparó.
Pero, ¿quiénes somos para juzgar a Alicia?, ¿acaso no seguimos en nuestras vidas a conejos blancos? Ya sea en forma de amor, de libertad...
Tal vez no lo hacemos con la insistencia de Alicia, o tal vez no somos conscientes de la intensidad de nuestra insistencia. Nos encontramos en encrucijadas en las que vamos descartando opciones por perseguir nuestro fin. Pueden guiarnos múltiples personajes a lo largo de la aventura, pero en última instancia decidiremos nosotros. La eterna búsqueda. Pero, ¿qué sucederá cuando alcancemos nuestro fin? En el caso de Alicia, descubrió las motivaciones del conejo, el cual era súbdito de la reina, y ella es juzgada y por poco asesinada, aunque logra escapar. ¿Se había equivocado de camino o era justo lo que necesitaba encontrar? Y nosotros, ¿qué sentimos una vez lo alcanzamos?, ¿felicidad efímera?, ¿felicidad estable?, ¿añadimos el éxito a la mochila y nos enzarzamos en una nueva búsqueda?, ¿con qué fin esta vez? Da la impresión de que estemos eternamente insatisfechos. Quizá es así como debe ser; puede que de otra manera el mundo no se moviera. Y tampoco es más feliz aquel que vaga sin rumbo, pues siente que carece de sentido todo a su alrededor.

Texto que escribí en mayo de 2010 y que hoy casualmente he encontrado. Es grato releer algo que escribiste y ni recordabas.

lunes, 29 de agosto de 2011

Intimos desconocidos

 
Estaba sentada tres mesas más al fondo, junto a su familia. Los pies le colgaban de la silla y los balanceaba divertida. En su boca, una pajita a modo de cigarrillo. Al lado de su plato, una gran copa de agua.
Jugaba a ser mayor. Movía su falso cigarro exagerando los gestos. Con una gracia y estilo fingidos y cómicamente tiernos. Sus compañeros de mesa aparentaban normalidad. Disfrutaba sintiendo que formaba parte del mundo adulto, que podía alcanzar aquello que aún le quedaba muy alto. En su infantil inocencia, ignoraba lo dulce de su momento y también lo efímero. En su infantil inconsciencia, no reparaba en que ya habría tiempo para todo.
De repente, algo que sucede le arranca el llanto. La vida se decolora y se focaliza en un solo momento; en una sola sensación. Enrojece y llora, desolada.
Se rompe como también nos rompemos los adultos. Nosotros, sin embargo, aprendemos a ocultarlo. Aprendemos a esconderlo, a ponerle barreras, a simular que todo marcha bien. Sería inconcebible producir lágrimas sin control en un restaurante, porque la vida nos ha decepcionado. Mejor lloremos por dentro. Mejor lloremos en soledad.


Al rato se repone. No era para tanto. No era una derrota. 
La próxima vez lo recordará.


Este fragmento pertenece a un nuevo proyecto que llevo elaborando en mi cabeza de forma más o menos consciente y finalmente he decidido poner en el papel. Se llama "Pequeños relatos sobre gente anónima". Inspirada en todas aquellas personas desconocidas que al observarlas, han despertado algo en mí. Que me han hecho imaginar. Que tienen luz propia.

miércoles, 6 de julio de 2011

Esperando mi tren

(...)
En un quiero y no puedo van pasando mis días,
añoro viejas utopías y melodías
Con la mirada perdida entre las vías de esta estación,
se me marchita el corazón y la esperanza cogió el tren anterior.
El tiempo se me escapa, la duda me tiene rehén y sé que nada va bien,
mientras en el andén sigo esperando mi tren,
¿Esperas tu conmigo?

Y asi paso mis días, (esperando mi tren)
con la mirada perdida entre las vías (esperando mi tren)
Noches demasiado frias (esperando mi tren)
ahora pienso eso que decías...

Últimamente me siento muy identificada con esta canción. Mientras la escucho pierdo mi mirada en el vacío y me dejo envolver por sus versos, como si fueran dirigidos a mí y como si hubiera más gente como yo.
No obstante tengo claro algo; no esperaré mi tren pasivamente. Haré el esfuerzo de buscar el que realmente quiero coger.

lunes, 23 de mayo de 2011

Anochecer


Observo el vecindario al anochecer desde mi terraza y me parece otro.
La luz tenue y azulada que proporciona el poco sol que resta, tiñe las paredes, los tejados, y el cielo. Destacan sobre ella los tonos amarillos de las ventanas; algunas con cortina, otras con un cristal traslúcido y otras, simplemente abiertas.
El aroma de la cena de alguna casa, se cuela entre las calles llenándolas de una entrañable sensación de hogar.
Inevitablemente me pregunto quién cocinará y para quién lo hará. Quiénes se sentarán en la mesa y si lo harán felices. Si sonreirán con paz y se sentirán
tranquilos y confortables. Luego tal vez miren la televisión y más tarde se acuesten, en ese momento amargo en el que todo se apaga y la soledad se acentúa.
Recuerdo en mi terraza también, los momentos que de niña pasé en ella. Observando el cielo con el telescopio. Sintiendo un poco de aire fresco por las noches, en el ahogo del verano.
Me retrotrae a aquel momento, en el que el mundo me parecía lleno, inabarcable, mágico.

lunes, 16 de mayo de 2011

Perspectiva

¿Qué ocurre cuando el miedo a fracasar te paraliza?
Dejas de hacer cosas.
Esto y aquello mejor no. Me dan miedo las consecuencias. No sabré afrontarlo. No sabre encarar una derrota.
¿Qué ocurre cuando arriesgas y ganas?
Fue suerte. En realidad no hice mucho. Las cosas simplemente salieron así.
¿Ves lo que pasa cuando te infravaloras?, ¿observas el perjuicio de no valorar tu peso en la ecuación?